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viernes, 7 de noviembre de 2014

Monstruos

Monstruos

(Esto fue un relato que hice para un concurso en el cual no gané nada; aunque me gusta pensar que tuvieron en cuenta el escrito, que puede ser mentira, ya que trabajé mucho en ello y del cual, con alegría digo, les interesa a los lectores, mas de lo que suponía)

El campo silencioso, apaciguaba los sueños taciturnos de los moradores en
la granja, un espacio apartado y beneficioso para una familia tranquila y
sana. Una extensa plantación de girasoles daba la bienvenida al hogar,
mecidos por la suave brisa de la noche, al mismo tiempo que una pequeña
niña se revolvía somnolienta en su cama. Ella era Helena, la princesa de la
casa, quien no lograba conciliar el sueño entre el ruido de los insectos y el
murmullo del viento. Intranquila, terminó por sentarse al borde de la cama
vigilando cada una de las sombras y caras demoníacas creadas por sus
peluches y la imaginación del momento; sintió un escalofrío y miró por la
ventana ya que, pese a estar firmemente cerrada, el frío entraba por ella.
Nada podía hacer salvo moverse, prender la luz y buscar el cariño de sus
padres; al hacerlo, parpadeó insistente hasta acostumbrarse a la claridad,
haciendo brillar su lindo pelo dorado con el resplandor de la bombilla.
-¿mami? - murmuró, aun sabiendo que sería imposible escucharla desde
allí, restregándose los ojos con cansancio mientras vigilaba los vestigios de
oscuridad.

Poco tardó en salir de la cama, sintiendo el gélido suelo en sus pies
descalzos y el miedo al estar sola.

-¿mami?,¿papi? - repitió, asomada en el marco de la puerta, observando la
tenue luz del televisor aparecer desde la habitación contigua, que generaba
en el pasillo monstruos en las paredes y parte del suelo.
Se atrevió a salir lentamente, temerosa de ser atacada por algo que no
existía; mas sus ganas de llegar hasta sus padres eran más fuertes que el
miedo.

Tragó saliva y entró en el cuarto, desviando los ojos un momento para
mirar al televisor; ningún canal, solo niebla, siempre lo mismo.
-mami, papi, monstruos... - dijo, señalando al pasillo mientras trataba de
llamarles la atención; ninguno dio señal alguna, siguieron profundamente
dormidos. - … - entonces se acercó a la cama de matrimonio, tirando del
brazo de su padre para dejarse hueco antes de subir y acurrucarse entre las
mantas al lado de ellos.

Abrazada y acomodada comenzó a cerrar los ojos, dejándose llevar por el
sueño hasta terminar durmiendo finalmente.
Despertó bien entrado el día, sin haber soñado nada en absoluto, tirada en
el suelo sobre unas sábanas amarillentas, aun en la habitación de sus
padres; trató de recordar como llegó allí la noche anterior, si ella subió al
colchón para estar entre sus padres y ahora yacía sobre el frio parqué. Ellos
también habían caído, pero la miraban fijamente con una sonrisa de oreja a
oreja. Helena se desperezó feliz, estirándose mientras los observaba
sonriente también.

-Voy a preparar yo sola el desayuno – alegó felizmente, aunque no
obtuviese respuesta. - ya vuelvo. - inspiró profundamente, olisqueando el
aroma de su madre.

La mañana parecía tranquila, las sombras ilusorias desaparecieron por
completo, hasta el tétrico pasillo, ahora era de color violeta con adornado
floral; Aun con todo, el fresco no cesaba de helar cada uno de los rincones
y el tenue perfume de la naturaleza impregnando el ambiente saludaba a la
pequeña en su camino hacia la cocina, la cual pensaba en la aprobación de
su familia al verla actuar como una chica mayor.

Comenzó a acomodar las sillas en su sitio, sin saber porqué estaban en el
suelo también, colocó la mesa y buscó desesperadamente entre los cajones
algo que llevarse a la boca. No quedaban cereales, la nevera estaba bacía,
aquella cocina parecía abandonada desde hacía meses.

-ju... - refunfuñó, sentada finalmente a la espera de su parientes.
La espera se hizo eterna, las horas pasaban raudas mas no había indicios de
que alguien llegase a desayunar. Helena agachó la cabeza decepcionada,
tampoco quería volver al cuarto para molestar a sus padres. Si duermen es
porque estaban cansados, al menos eso pensaba la pequeña.
Se acercó a la encimera y se subió para mirar por la ventana, admirando el
inmenso campo florecido.
-Mama... Papa... - dijo a mismo tiempo que la brisa mecía su pelo.-…-
Alargó la mano con la curiosidad de saber la procedencia del viento y ese
perfume que tanto la gustaba, con la suerte de encontrarse con una
mariposa azulada, que hizo retroceder a la pequeña. Observó el aleteo del
insecto, descubriendo que no había ventana alguna en los marcos, sino
cristales rotos. Ignoró aquel hallazgo, ensimismada con los hermosos
colores de la mariposa, incluso se atrevió a seguirla afuera, rasgando su
pijama rosado al engancharse en los resquicios.

Una vez en el porche se dio cuenta de lo que había hecho, desobedeció a
sus padres. No había salido nunca mas allá de las puertas de casa y ahora
estaba en el porche, viendo el mundo por vez primera en su corta vida, ¿se
atrevería a ir un paso hacia la realidad?. Su familia siempre decía que salir
era muy peligroso, pero la curiosidad de la niña iba más lejos, siguiendo a
la mariposa tal como ella deseaba.

-no pasará nada – se dijo – no hay monstruos – anduvo entre la tierra
húmeda, pese a sentir la suciedad en sus pies descalzos, con el solo deseo
de dar caza a su nueva amiga. El ambiente estaba impregnado de la
fragancia divina de su madre, acentuando aun más la curiosidad de la nena
que buscó con desesperanza al insecto hasta encontrarlo con la mirada.
-¡aquí mariposa, aquí! - lo llamó, siguiendo de cerca pese a los dificultosos
girasoles y sus altos tallos.

En realidad la muchacha salía de las sombras, huyendo sin saberlo de un
lugar desolado. A cada paso que daba los girasoles se marchitaban, las
altas zarzas enredadas en alambre de espino era la única salida a una casa
derruida, abreviando distintas señales de peligro y contaminación,
oxidadas por el paso del tiempo. Antaño era un apacible lugar, ahora tan
solo quedaba el recuerdo de una niña pequeña que soñaba despierta,
persiguiendo una mariposa en un mundo de ensueño donde todo era como
debería.

Siguió caminando por la pradera, alejándose de la devastación para
adentrarse cada vez mas en el descubrimiento. Una pradera inmensa de
plantas muertas, aunque ella viese el terreno de manera colorida, un campo
de juegos donde poder caminar libre; por primera vez libre.
La niña ralentizó su paso un momento, percatándose de la presencia de un
animal pequeño, tumbado en medio del camino y tan sonriente como sus
padres. -¡hola! - se acercó dando saltitos felizmente. - ¿como te llamas? -
preguntó, pero no obtuvo respuesta alguna, ni siquiera un movimiento de
ataque. Nada.

-Bueno, ¡hasta luego amigo! - se despide sin dejar de sonreír, aunque fuese
una enorme rata muerta y sangrante a la que saludaba.
Reanudó su camino a lo largo de un sendero empedrado hasta entrar en un
pueblo abandonado, un lugar lúgubre subsistiendo de la miseria y la
arboleda que carcomía las fachadas de los edificios y la calzada. La
pequeña caminó sin miedo tratando de hallarse una vez mas con la
mariposa, pero al parecer había desaparecido. Comenzó a embargarle el
miedo; por vez primera, afectada por el hecho de estar sola en una zona
extraña, lejos de su hogar. Cuanto mas avanzaba, el aire era mas pesado,
aunque seguía persistiendo aquel olor proveniente de una enorme fábrica
al final del camino. Decidió investigar un poco mas, hasta los insectos
tenían un matiz hermoso para la pequeña. No podía temer, no ahora que
había llegado tan lejos.

Caminó despacio en el interior del emplazamiento deshabitado. Parecía
llevar años inactivo, con máquinas mugrientas y oxidadas, el suelo
descomponiéndose tras sus pasos, enraizado por alguna zarza y malas
hierbas que crecían en el subsuelo. Una viga del techo calló sin motivo,
provocando un fuerte estruendo y sobresaltó a la pequeña.
Trató de sacarse el mal augurio de encima, centrándose en sus colores
imaginarios mientras se acariciaba los brazos con algo de frio. Allí no
había nada, nadie salvo ella. O eso creía.

-¿que haces aquí pequeña? - escuchó una voz grave a su espalda,
obligándola a girarse con una poderosa fuerza sobre su hombro.
-y-yo yo... - tartamudeó al ver a un hombre enorme con un traje acorazado
y una mascara anti gas cubriéndole el rostro al completo, donde resonaban
los tubos de oxigeno que llegaban hasta su espalda. - M-monstruo
-Dios mio... - al instante, el militar apartó su mano de la chiquilla,
echándose hacia atrás, mas asustado que ella si cabía.

-¿señor? - preguntó al darse cuenta de que era una persona. - ¿puede
llevarme con papa y mama? - dio un paso en su dirección, sin miedo, ni
siquiera cuando el militar sacó un arma y la apunto directamente a la
cabeza. - ¿S-señor? - le miró, sin pensar en las consecuencias si apretaba el
gatillo.

-Monstruo... - quitó el seguro de su arma, temeroso.
-N-no señor, yo no soy un monstruo. Mi nombre es... - Recibió la bala
antes de que pudiera terminar la frase.

La última reacción de la pequeña fue mirar a los ojos al asustado
individuo, viendo su mundo desmoronarse mientras caía inerte. Sus
últimos segundos de vida solo para suspirar en la agonía, un solo momento
para recordar que ella ya no era la bella niña de papa, sino un pequeño
monstruo que las guerras nucleares habían creado. Todos aquellos
experimentos radiactivos que dañaron su bella imaginación, avivando la
locura en un intento de parar al sufrimiento de ver morir a sus padres
lentamente, de olvidar el abandono y el dolor al sentir su cuerpo lleno de
bultos y temblores, sin poder respirar bien, llegando a no querer dormir
jamás.

Helena ahora yace muerta y nadie mas supo de su existencia, ya que su
caso era una irrealidad; el militar que la encontró prefirió no preguntar
acerca del caso. El pueblo había sido una de tantas masacres y una muerte
más no valía la pena ser narrada.

Pero tampoco se habla de otros temas mas cercanos. El hambre, la
pobreza, muchos niños sufrirían los mismos cambios que la pequeña
Helena, creando repercusión en sus delicadas mentes o incluso llegando a
matarlos o dejarles desvalidos para siempre. Conocemos el nombre de
Helena pero... ¿a alguien mas?

Los verdaderos monstruos siempre se esconden.
Nosotros mismos somos los ladrones de la infancia.

- Fin -

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