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lunes, 4 de febrero de 2013

Dificultades en tierra baldía X

Allan entornó los ojos viendo como las luces fosforescentes de un largo pasillo pasaban raudas ante él. Se encontraba tumbado en una camilla, arrastrado por solo voces entre sombras borrosas y a quien pudo identificar como el Dr. Varith.
- Co...Barde... - le dijo con la boca reseca, sintiendo frío y dolor por todo el cuerpo. Sabía que el doctor le había contestado pues lo último que vio fue su amplia sonrisa al recriminarle.

COBARDE...


Lejos del hospital, el sonido de un televisor al máximo de su volumen molestaba a todo un vecindario; aun así la señora de la casa, la loca y enferma madre de Allan, hacía caso omiso a las exigencias y quejas de la gente. Estaba sentada en una silla frente a la tele, meciéndose de vez en cuando y maldiciéndose por no haber hecho nada por su hija. Todo en ella era remordimientos.
Estaba tan enfrascada en sus pensamientos que no recayó en los pasos de una figura que entró lentamente por la cocina de la casa; eran pies desnudos, huesudos y descolorados que fueron directos a ella, entre quejidos de un ser putrefacto e inútil.
- Allan... -
La madre siguió indiferente hasta que Elena pasó los brazos al rededor de su cuerpo y tiró de ella, tirando la silla al suelo.
- ¡Socorro! - gritó su madre sin dar crédito a lo que veía. Forcejeó por liberarse del abrazo de su propia hija, su niña la cual sabía que estaba muerta y cuyo aspecto era espantoso. Elena tiró a su madre al suelo y la sujetó por los brazos. Los gritos de la mujer eran acallados por el alto volumen del televisor y su hija hincó los dientes en su cuello arrancándole la piel a tiras, una y otra vez, masticando felizmente mientras su madre moría desangrada.
Al poco Elena se separó del cuerpo, ahora sin vida, de su madre y descansó en el suelo una vez saciada. La madre había quedado destrozada.
Elena parecía confusa e incómoda por el sonido estridente de la sala, aun así no sabía que hacer con esos sentimientos, su cerebro muerto y apagado no daba señales como para saber que era lo que la molestaba, por lo que hizo lo propio ante aquella ansiedad; siguió mordiendo a su madre, esta vez tirando desde el estómago.
La mujer muerta comenzó a moverse espasmódicamente, lo que sobresaltó a la revivida. No sabía que significaba y siguió comiendo como si nada hasta que las manos de la muerta se levantaron en su contra y la echaron hacia un lado con la misma fuerza que Elena.
La muerta tomó aire con agonía, haciendo que la sangre brotase de su cuello con mayor intensidad y cayó hacia delante. Elena ni se movió, solo repitió las palabras que rondaban por su memoria; para su sorpresa, su "comida" repitió lo mismo, expulsando una masa negruzca de sus labios:
- Allan... -

Así fue como comenzó todo. En pocos días la aberración dio lugar a calamidad, difundiendo la enfermedad en pocos meses sin que nadie recayera en ello hasta que fue demasiado tarde.
Comenzó por los lugares más frecuentados por ambas mujeres y luego por los emplazamientos recordados de todos los muertos a sus manos. El hospital era el único que parecía aguantar el ataque de los "resucitados", por el simple hecho de que las personas preferían olvidar el paso del tiempo en aquel lugar, pero no sabían por cuanto tiempo resistirían. Sus puertas estaban cerradas y aun así dentro lo que menos reinaba era la calma, entre ir y venir de gentes sanas y enfermos por igual, aunque ningún infectado por lo que afuera dominaba y los médicos, todo era un caos.
El Dr.Varith abandonó su afán entusiasta por la investigación, todo estaba perdido, ahora debía de pensar en su propia salvación no en la fama. Al fin y al cabo, todo fue culpa suya, de él y de su joven ayudante ahora postrado en una cama de hospital, ajeno a todo cuanto sucedía.
Miró por la ventana como algunos agentes intentaban intervenir en el ataque de uno de esos malditos zombies y suspiró al ver que ni las balas paraban a aquellos monstruos.
- Doctor, debemos irnos - le reclamó una enfermera - el helicóptero os espera -
- Bien... Ahora mismo voy - respondió quedándose a los pies de la camilla de Allan.
- ¿de verdad no quiere que le llevemos? - preguntó la mujer.
- No merece la pena llevar a un lisiado con nosotros - rió - váyase ahora les alcanzo.
- está bien Doctor, no tarde por favor, esos demonios son... -
- un peligro, lo se, no tardaré -
La enfermera quiso rechistar de nuevo, pero supuso que deseaba quedarse solo con el muchacho, por lo que se marchó sin decir nada.
Varith se cercioró de que se había quedado solo con Allan y se acercó a él.
- Creo que esto será incluso peor que matarte, cosa que podría hacer ahora mismo, como ya he dicho, atente a las consecuencias, todo esto ha sido por tu culpa y por la puta de tu hermana - Avanzó hacia la puerta, pero antes de irse se giró - pronto serás el último alimento de una horda de muertos. -
En la azotea vio el helicóptero, listo para sacarle de allí junto a otros cuatro pasajeros. La misma chica que le avisó del inminente despegue le ayudó a subir a bordo. Nada mas ponerse el cinturón de seguridad se vio a salvo del peligro.
Cuando el helicóptero estaba en pleno vuelo uno de los integrantes comenzó a sentirse mal; Varith le conocía, era un prestigioso cirujano que competía con su fama de lo bueno que era en su campo.
- ¿le ocurre algo? - preguntó a su compañero.
- No nada, es un simple mareo - Se agachó en contra de su voluntad para poder coger una bolsa de papel, preparadas para lo inminente. Vomitó en ella. Los demás intentaron apartar la vista de él por asco o se llevaron las manos al rostro intentando reprimir las nauseas. El Doctor Varith no, aunque deseó haberlo hecho, abrió los ojos como platos y se echó atrás en su asiento temblando. El hombre había expulsado una masa completamente negra, que no era lo común en un ser humano.
- ¡está infectado! - gritó el Doctor desabrochándose el cinturón en el acto. Los otros quisieron detenerle - ¡¡¿no lo ven?, vamos a morir!! - señaló al cirujano que intentaba limpiarse los rasgos obvios de la enfermedad de las comisuras de sus labios.
- no yo no... No estoy enfermo es solo... - intentó explicarse - estoy bien -
- ¿le han mordido? - dijo la enfermera, para su sorpresa, el hombre se llevó las manos a los brazos. El Dr.Varith se abalanzó contra él y le levantó las mangas revelando vendas ensangrentadas a lo largo de sus articulaciones.
- ¡Tenía que salvar a mi hija!, ¡tenía que intentarlo y miradme estoy bien! -
- ¡¡De eso nada, nos has condenado a todos!! -
- Pe-pero yo... -
De repente el cirujano sufrió un ataque cardíaco. Los tres médicos restantes prescindieron también de sus cinturones como Varith para ayudarle pero no pudieron hacer nada. Había muerto.
- ¿Que ha hecho Varith? -
- Olvidadme vais a morir todos, no quiero ser partícipe de esto ¡aterrice ahora! - gritó al piloto.
El cadáver del cirujano comenzó a moverse y todos se sobresaltaron. La enfermera saltó desde el helicóptero deseando morir, aunque no convirtiéndose en uno esos seres. Su cuerpo golpeó la azotea de un gran edificio de oficinas que hizo que se le separase la columna en dos partes, rompiendo en su caía cada hueso de sus brazos con las cristaleras abiertas. Al llegar al suelo, su cabeza quedó tan plana como su pecho colapsado por el golpe. La sangre que manó de sus heridas atrajo a una multitud hambrienta y depravada.
Las cosas en el helicóptero no mejoraban, la muerte de la enfermera hizo que sus ocupantes se sintieses más nerviosos.
- ¡No podemos aterrizar ahora, nos comerían vivos a todos! - interrumpió el piloto centrándose en su misión de llevarles lejos de allí, pese a la mala decisión de la enfermera.
- No nos queda otra, ayudadme a deshacerme de él antes de que despierte - dijo Varith tirando del hombre, pero ninguno de los otros se movió. - ¡¡¿Estais sordos o que?!!, ¿a caso queréis morir? -
Nada les hizo cambiár de postura, paralizados en el sitio sin que pudieran moverse a causa del terror.
- Vamos... -
El muerto agarró la pierna de uno de los doctores acompañantes y tiró de él hasta morderle el tobillo.
- ¡¡Mierda!! - gritó Varith alejándose del monstruo en busca de los paracaídas ocultos bajo los asientos. Todos sus compañeros fueron sentenciados mientras él luchaba por sobrevivir, con tan mala suerte que uno de los cadáveres fue lanzado por las puertas abiertas hacia arriba y obstruyó las aspas entre un baño de sangre para los pilotos, los cuales no sabían como actuar ante tal estado de emergencia.
El helicóptero calló en el centro mismo de la ciudad infectada, creando una explosión que se escuchó hasta los barrios bajos.