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domingo, 21 de abril de 2013

Dificultades en tierra baldía XII

El gobierno vigilaba incansable el avance de los muertos vivientes, tanto en los alrededores de su sede subterránea como en las ciudades próximas. Aun con todo, la mentalidad humana es imprevisible; como en el caso del investigador Jasson, quien había recibido un mordisco de la criatura que mantenían encerrada para experimentación.
Tras devolver a la criatura a su prisión, atada en el interior de un tubo reforzado de metal y cristales antibalas, corrió a vendarse las heridas de sus brazos, en e mismo laboratorio. Para su desgracia, volvió su compañero antes de tiempo.
- ¡eh! ¿como va...? O dios mio... -

Unos pisos mas abajo, justo encima del mismo laboratorio, el presidente firmaba unos cuantos papeles sin percatarse del peligro que corrían, al menos hasta que las luces se apagaron y solo quedó el reflejo rojo de las luces de emergencia y el ruido de las sirenas.
- ¡no puede ser! - exclamó, levantándose de golpe y corriendo hacia la salida. - ¡¿que diablos ocurre?! -
- Una fuga del laboratorio señor - le alertó un miembro de la seguridad, demasiado joven para tal trabajo. - Venga, tengo que sacarlo de este lugar - al intentar coger al presidente de un brazo, recibió un tiro en la cabeza.
- Nadie se atreve a tocarme, insensato - dijo pasando por encima del cadáver del chico mientras guardaba la pistola. Se adentró lentamente en su recinto, buscando la salida mas directa hacia el exterior pese a no tener conciencia de lo que le esperaba allá arriba. Pero su determinación se vio detenida al verse cara a cara con uno de sus investigadores, babeante y cuya mirada desvelaba el vacío mas absoluto - ¡Mierda! - gritó, volviendo a desenfundar su arma y disparó una y otra vez a la criatura mientras daba media vuelta. El Zombie ni se inmutó, simplemente escupió materia negra y siguió andando hacia el presidente, quien intentó pararle los pies al enemigo encerrándose él mismo en una de las habitaciones.
Tras recuperar el aliento consiguió sellar la entrada con una de las mesas quirúrgicas de la sala; lo malo de aquel estúpido "mercenario", político e insignificantes hombre, era su poca cabeza para darse cuenta de que se había metido de lleno en la boca del lobo de nuevo.
El presidente fue agarrado por los brazos. Dos contagiados se iban a dar todo un festín a su costa, aunque la rivalidad de ambos muertos vivientes tal vez le darían la posibilidad de pensar en todo el mal que había causado por corrupto, lo que durase mientras le arrancaban las extremidades y terminase desangrado. Una corta vida para alguien que se creía superior a todos los demás, en vez de contribuir de alguna manera.

El dinero en aquellos momentos no ayudaban a nadie, como tampoco lo hacían los puestos importantes, lo único que contaba era la supervivencia. Como hacía Allan en esos momentos, correr en busca de ayuda por el hospital. Aunque no le soluciono sus problemas; Es mas, en muchas de las habitaciones que había recorrido se había encontrado directamente con más de aquellas criaturas, en su momento pacientes meramente muertos que al olor de la carne viva de Allan, habían despertado.
Se lanzó de golpe contra las puertas mecánicas del hospital, las cuales no abrían si
no era derribándolas, deseoso de salir de aquel penoso lugar. Allan no pensó en lo que hacía debido al trauma por el que estaba pasando, pero si se hubiese parado a ordenar los echos, se habría dado cuenta de que acababa de destruir cristal blindado, con el simple peso de su cuerpo.
Miró una sola vez hacia el hospital y luego se sacudió antes de salir corriendo hacia el laboratorio que frecuentaban él y el Dr. Varith, el C-R.
- ¡Hermana! - gritó golpeando la puerta de acero que cayó al suelo con un golpe sordo; Pero allí no había nadie. Suspiró intentando sujetarse en el marco de la puerta con su brazo inexistente, por lo que casi calló al suelo. - Entonces... - Se abrazó a si mismo, temblando - ¿Que hago ahora...? - Entonces recayó en un rayo de esperanza, del cual nunca creyó que se sostendría algún día: - Madre -
Salió corriendo de allí, saltándose cualquier protocolo requerido hasta entonces, el daño ya estaba hecho de todas maneras. Fue muy cuidadoso a lo largo del trayecto, yendo por las callejuelas y así evitando un gran numero de zombies; por desgracia, la ciudad entera era un hervidero de muchedumbre humana convertida en cadáveres. Pasando por una de las calles, dos de aquellas criaturas aparecieron justo delante suya y ya le habían visto. Fueron lentamente hacia él mientras retrocedía despacio, por su rostro pasaba un sudor frío por la impotencia de no saber como actuar en aquella situación. Vio la oportunidad de salir de allí por donde había venido, pero otros dos zombies le habían seguido por la retaguardia.
- Mierda... - exclamó, vigilando a todos sus atacantes babosos y deseosos de fundir su pellejo entre las fauces. Apenas tubo tiempo para pensar cuando uno de ellos saltó encima suya, se giró con rapidez para hacerse con la barandilla de una escalera de incendios cercana, la cual calló al suelo montando un escándalo. Pudo adelantarse a los acontecimientos y apartar a la criatura de un golpe en el costado con la barra de acero. Suspiró aliviado al ver que había salido de esa, pero no le dio tiempo a relajarse mucho. Corrió en zig-zag entre las criaturas, por suerte seguían un rumbo fijo y no pensaban en las consecuencias, como pasó con el niño que le atacó en el centro médico. Alzó la barra y destrozó la cabeza de uno de ellos. El mismo cuerpo se aferró a sus muñecas con ambas manos, pero Allan tiró hacia detrás, dejándolo en el suelo. Una y otra vez le golpeó, en la cabeza, en el pecho, en las piernas, en los brazos, al menos todo lo que pudo para destrozarle en el corto periodo de tiempo que los otros le dieron antes de atacar. Consiguió apartarles de su camino finalmente, aunque pese a una importante paliza, no había conseguido matar a ninguno de los cuatro definitivamente.
Frenó un momento, justo en frente de un escaparate que había sucumbido en gran parte a alguno de los ataques de las criaturas; aquello comenzaba a parecerle extraño, pese a todo lo ocurrido ya no se sentía extasiado ni cansado, es más, tenía más fuerzas que antes de la pelea con los cuatro atacantes en el callejón, y eso que había recorrido media ciudad corriendo. Ya podía ver la calle hasta su casa, desierta por suerte.
Entró en la tienda por el mismo escaparate y se acercó a aquello que le había llamado la atención: Un espejo intacto dentro de un probador de ropa.
Tragó saliva, no se había visto hasta ahora, podría parecer cualquier cosa, cubierto por la sangre de las criaturas y encima sin un brazo... Aquello podría traumatizarlo, lo sabía bien; aun así se acercó al espejo, una vez haber estado seguro de que estaba solo y no había peligro.
La barra de acero resbaló de sus manos al ver su aspecto finalmente, lo que pensó que podría destruir su mente no era nada comparado con lo que el espejo reflejaba. Se llevó la mano al rostro y dejó escapar una exclamación. Sus ojos eran de un dorado intenso, casi sin pupilas y  flotando completamente en dos globos oculares negros como la noche.
- Soy... Uno de ellos... -

¿LO SOY...? UN MONSTRUO CUALQUIERA... NO...

El sonido de sus carcajadas se escuchó a lo largo de varias manzanas lejos de allí.

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