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martes, 11 de noviembre de 2014

Dificultades en tierra baldía XIII

La horda de Zombies había tomado la ciudad entera, es mas, nadie podría estar
seguro de a donde llegarían realmente, eso si quedaba alguien con conciencia
aparte de Allan. Todo parecía estar perdido; aquello que podría haber sido la
cura contra todo rastro de mortalidad, se había convertido en una epidemia.
Allan saltó del escaparate directo a la calle, justo para enfrentarse cara a cara
contra más criaturas a las que ahora debía llamar "hermanos". Ni siquiera su
mente llegaba a comprender como era que seguía pensando por inercia, que
podía modificar sus pasos y reventar las cabezas de aquellos seres teniendo
remordimientos humanos y algo de pena al intuir que era el único que seguía en
pie de aquella manera.
-¿queréis morir de una vez? - exclamó cargando contra otro zombie que no
paraba de volver a levantarse por mas que le partiera todos los huesos de su
cuerpo. Recayó en que la barra de acero se había doblado y la tiró directa contra
otro zombie, echando a correr al ver que estaban comenzando a acorralarle.
Se escondió en una calleja, suspirando un poco mientras se apoyaba contra la
pared.
-¿como voy a llegar hasta a mi casa? - se preguntó avanzando de nuevo, más
cuidadoso que antes. Ahora que no tenía arma alguna, pese a su fuerza y
velocidad sobrenatural, estaba a merced de esos monstruos que le ganaban en
numero. Un fuerte gruñido le taladró el cerebro por un momento, obligándole a
mantenerse inmóvil en el sitio hasta que una figura fantasmagórica recorrió la
calleja abajo, como un rayo. Su cuerpo estremecido continuó su camino como
un autómata, básicamente careciendo de voluntad hasta que Allan recayó en
ello y tomó posesión de nuevo. Se miró la mano un momento, abriendo y
cerrando el puño sin saber que había sido aquello y como remediarlo.
Las calles habían quedado en total silencio tras el incidente, ni un solo paso, ni
siquiera los gruñidos de las criaturas. Ya no había nada de nada, y Allan
aprovechó la oportunidad, llegando por fin a su hogar.
La casa con las ventanas rotas y puerta caída no le dio mucha confianza al
joven médico infecto. Aun así no tenía muchos recursos como para elegir otro
camino.
-¿hola? - preguntó, esperando encontrar alguien vivo. - ¿hay alguien ahí?,
¿madre? - no obtuvo respuesta, ni siquiera un sonido esperanzador.
Andó con cuidado, evitando a su paso los cristales rotos, así como las maderas
que pudieran crujir para no llamar la atención y esperar un futuro ataque. La
tele del salón seguía prendida, así como el sillón de su madre, ahora desgarrado.
Allí encontró a su madre, sentada y destrozada, mirando a la nada fijamente,
deforme hasta en el mas mínimo detalle de su cuerpo. Estaba completamente
irreconocible; Por ello, Allan suspiró con cansancio. Ahora ya no tenía donde ir,
ni que hacer, no sabía como sobrevivir siendo lo que era.
-¿que debo hacer? - se preguntó a si mismo, agarrando instintivamente uno de
los brazos sangrantes y desgarrados de su difunta madre para tomarla el pulso.
Al instante, el cadáver abrió los ojos y con un fuerte gruñido, plantó sus
afilados y sangrantes dientes en el cuello de su hijo. Allan gritó con fuerza, al
sentir el dolor y la ponzoña recorrer su cuerpo de nuevo, casi al punto de
llevarle al desmayo. Su cuerpo reaccionó seguro ante ello, agarrando el pelo de
la mujer y deshaciéndose de su depredadora, metiendo el brazo por la garganta
para arrancarle de una los órganos sin piedad, sin vida, sin remordimientos, con
el solo hecho de sentir el placer de la sangre.
Consiguió arrancarle la mandíbula y despedazar el cuerpo, aunque esta le
arañase entre quejidos ahogados, tirándola al suelo para morder y sorber la
sangre como un verdadero animal.
Horas mas tarde su mente recobró el sentido y abrió los ojos como platos al ver
la masacre que él solo había causado. No pudo evitar gritar de impotencia y
terror.
Salió tambaleante, llorando sangre que se juntaba con aquella que caía de la
comisura de sus labios.
-estoy perdido... Nunca podré acabar con esta maldición... - miró al horizonte,
compadeciéndose de si mismo por lo que había causado. El sol rozaba los
maltrechos edificios, llevando sus ideas a un lugar lejano, perdido de todo
conocimiento humano; y pudo escuchar de nuevo aquel fuerte gruñido, esa
criatura que pasó como un rayo a su lado, parecía una droga para su cerebro.
Frunció el ceño, como si una idea rondase por su cabeza; golpeó con fuerza el
marco de la puerta, dejando la marca del puño en el duro cemento.
Entró en la casa, directo al cuarto de su madre para, una vez allí, rebuscar en
uno de los armarios hasta encontrar una escopeta bien guardada en una funda de
cuero. Era el arma de su padre, el cual la loca de su madre había guardado,
pensando que no la encontrarían sus hijos. Pero Allan lo supo desde siempre y
agradeció poder tener algo con lo que defenderse.
Aquello era mejor de lo esperado, ahora tenía otro lugar al que acudir, aunque
no entendía el porqué. Debía seguir luchando y encontrar al ser que pululaba,
sintiendolo tan cercano.
Cargó el arma con su única mano existente y guardó los cartuchos sobrantes
ayudándose de los dientes para sujetar la escopeta por la correa para colgársela
a la espalda y así mientras ordenar sus ideas; las pocas que se podían tener en
un apocalipsis como aquel.
Se atrevió a ir al cuarto de su hermana un momento, encontrandolo vacío y
destrozado como cualquiera de las otras estancias de la casa. Suspiró y se
agachó ante una pequeña caja de madera que había sobrevivido al hecatombe y
lo guardó también, con cariño. Nunca había tenido respeto a su madre, pero al
amor por su hermana persistía, incluso en aquellos momentos podía escuchar el
susurro de su nombre proveniente de ella.
-Allan...
-nunca te olvidaré hermana mía – suspiró metiendo la baratija en su bolsillo,
aplastando un papel que no sabía que tendría aún. Era la formula de su padre.
Seguía allí desde el día que Elena murió.
-Allan...
Cerró los ojos un momento y se giró lentamente, tratando de hacer el menor
ruido posible.
-...- trató de pronunciar el nombre de su hermana mientras se miraban fijamente
el uno al otro. Ninguno se movió, sabiendo que la muerta tenía mas instinto
animal que él y el peligro que corría al tenerla cerca.
Pudo haberse dado cuenta antes de que estaba en la casa, pero estaba tan cegado
por la locura, que le había llevado a aquella situación; por suerte para él, Elena
retrocedió como dejandole espacio para que pudiera irse.
-...Hermana tu... ¿eres como yo? - dijo esperanzado, mas la chica solo sabía
repetir su nombre.
-Allan... - agachó la cabeza con un tic nervioso que hizo que le crujiese el
cuello – Allan... - se alejó por el pasillo finalmente.
Quiso seguirla, quería abrazarla, deseaba estar con ella.
-¡Hermana! - gritó finalmente para detenerla, pero se había ido, como un
fantasma mas que como un cadáver revivido. Un posible índice de humanidad o
corazón en el inicio mismo de la infección.
Helena le dio fuerzas para seguir, pudo matarlo en ese momento y no lo hizo;
esa era la única condición que le daba. Su deber una vez mas era salvarla.
A lo lejos el insoportable gruñido de una criatura sobre humana avanzaba sin
rumbo fijo, a lo largo de la ciudad maldita.

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